jueves, 31 de octubre de 2013

Razón y Revolución. Herbert Marcuse



Algunos de los más graves malentendidos que oscure-
cen la Filosofía del Derecho pueden quedar esclarecidos
considerando simplemente el lugar que ocupa la obra en
el sistema hegeliano. La obra no trata de todo el mundo
cultural, pues el reino del derecho no es más que una
parte del reino del espíritu, la parte que Hegel deno-
mina espíritu objetivo. En suma, no expone ni trata las
realidades culturales del arte, la religión y la filosofía,
que encarnan para Hegel la verdad suprema. El lugar
que ocupa la Filosofía del Derecho en el sistema hege-
liano hace imposible que se considere al Estado, la más
alta realidad dentro del reino del derecho, como la más
alta realidad de todo el sistema. Ni la más enfática dei-
ficación hegeliana del Estado puede anular la definitiva
subordinación del espíritu objetivo al espíritu absoluto,
de la verdad política a la filosofía.

Se hablaba mucho de libertad y de igualdad, pero de una
libertad que sería el privilegio absoluto de la raza
teutónica, y de una igualdad que implicaría pobreza y
privaciones para mu- chos. La cultura era considerada
como propiedad de los ricos y de los extranjeros, destinada
a corromper y ablanar al pueblo. El odio a los franceses
 iba acompañado del odio a los judíos, a los católicos y a los «nobles».
El movimiento clamaba por una guerra verdaderamente
alemana, a fin de que Alemania pudiese desenvolver «la
abundante riqueza de su nacionalidad». Pedía un «salva-
dor» que completase la unidad alemana, un salvador a
quien «el pueblo perdonaría todos sus pecados». Que-
maba libros y vituperaba a los judíos. Creía estar por
encima de las leyes y de la Gjnstitución porque «no hay
ley ante la causa justa» '*. El Estado había de ser cons-
truido desde «abajo» mediante el simple entusiasmo de
las masas, y la unidad «natural» del Volk había de re-
emplazar al orden estratificado del Estado y la sociedad.

Hegel escribió su Filosofía del Derecho como una defensa del Estado
en contra de esta ideología seudodemocrática, en la cual
veía una amenaza más grave a la libertad que en el ré-
gimen de las autoridades existentes. No cabe duda de
que tal obra fortaleció el poder de estas autoridades sir-
viendo así a una reacción ya victoriosa, pero después de
un tiempo relativamente corto, se convirtió en un ins-
trumento contra la reacción. Pues el Estado que Hegel
contemplaba era un Estado gobernado por las normas de
la razón crítica y por leyes universalmente válidas. La
racionalidad de la Ley, afirmaba, es el elemento vivo
del Estado moderno. «La ley es... el santo y seña me-
diante el cual se descubren los falsos hermanos y ami-
gos del llamado pueblo» '^. Veremos que Hegel prosigue
el tema a través de la filosofía política de su madurez.
No hay concepto más incompatible con la ideología fas-
cista que aquel que funda el Estado en una Ley uni-
versal y racional, que salvaguarda los intereses de cada
individuo, sean cuales fuesen las contingencias de su es-
tado natural o social.
 

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